Morhang vs Macondo: El Mundo de Albert Helman, el más desconocido de los autores sudamericanos célebres[1] , del país sudamericano más desconocido, un soñador que superó al realismo. Por: Arturo Desimone (Aruba)

Morhang vs Macondo: El Mundo de Albert Helman, el más desconocido de los autores sudamericanos célebres[1] , del país sudamericano más desconocido, un soñador que superó al realismo. 




 Por:Arturo Desimone 

 

Albert Helman, (nacido Lou Lichtveld, Paramaribo 1903-Ámsterdam 1996) fue un poeta, novelista y político de Surinam que luchó en los movimientos anticolonialistas, antes de que—al igual que otros nacidos en el Caribe neerlandés— defendiera a Holanda durante la Segunda Guerra Mundial contra la ocupación nazi, lo que le situa[2]  en la misma categoría que otros héroes como el guerrillero[3]  adolescente arubiano Boy Ecury y el revolucionario surinamés Anton de DeKom que también escribió el ensayo neerlandés «Nosotros, los esclavos de Surinam», (Wij Slaven van Suriname, 1934)[4]  convirtiéndolo en otro referente literario de esa oscura lengua germánica junto a Helman). A diferencia de Ecury y DeKom, Helman, cuyo verdadero nombre era Lichtveld, evitó ser deportado o fusilado en una prisión nazi, y logró vivir hasta los 90 años. [5] Se capacitó para el campo de batalla durante la Guerra Civil Española cuándo se unió a los republicanos en contra del Franquismo, informando como corresponsal para el periódico de Rotterdam, sin dar ilusiones de neutralidad. Sus reportajes tenían una calidad literaria que convirtió a Helman en el equivalente holandés de los escritores anglosajones que se unieron a las brigadas internacionales, como George Orwell. Estos textos se recopilaron bajo el título «La esfinge de España»(De Sfinx van Spanje, 1937). En estas prosas apasionadas, Helman, al igual que otros escritores caribeños que aventuraron ir a España durante esa época, encontró una Europa muy diferente del vetusto opresor colonial, redimida de los resentimientos por la discriminación colonial y racial: una lucha viviente, libertadora y subtropical que se asemejaba a las aspiraciones de los pueblos sojuzgados del trópico.


En los Países Bajos, había vivido en la ciudad católica holandesa de Utrecht, que, como la mayoría de las provincias católicas neerlandesas, contaba con una firme presencia del partido comunista, con el que Helman se alió por su postura anticolonial, a pesar de que la progresía neerlandesa nunca se despojaría de ciertas proclividades hacia lo colonial. Lichtveld (el apellido significa literalmente “campo de luz) también fue miembro cofundador crucial del movimiento vanguardista holandés y de la revista «De Gemeenschap» (“La Comunidad”) que más tarde conoció la ruptura interna, cuando algunos de sus miembros se unieron a extremos ideológicos opuestos durante la ocupación alemana. Era un escritor prolífico: reconocí la Aruba que describe en una de sus novelas menores, “Cupido[6]  Descubre a Aruba” («Amor Ontdekt Aruba» fue escrita originalmente a fines de la década de 1940 por Lichtveld/Helman a petición del político arubiano y masón Henny Eman Sr,[1] quien le pidió al narrador que utilizara su talento para escribir una «oda» que glorificara a la isla Aruba, cuando los dos hombres se conocieron como diplomáticos, asignados a los comités para modernizar las relaciones entre el Caribe neerlandés y los Países Bajos. La novela corta se publicó póstumamente en 1999, tal vez porque Helman se sentía avergonzado por su calidad comercial, tal y como había solicitado Eman—sin embargo, se convirtió en un libro profético: la historia de amor entre un visitante holandés, una turista estadounidense llamada Cynthia y el guía Shon Eliseo, medio indígena, todos los cuales encuentran la cultura de la isla misteriosa e impenetrable. Esta obra predijo el futuro de Aruba como una nación totalmente dependiente de la industria del turismo masivo que coexiste con la cultura isleña del secretismo.


Los poemas de Helman eran de tipo tradicional, caballerosos y nada que ver con la experimentación vanguardista radical en la poesía de las generaciones posteriores de poetas surinameses, en su mayoría negros, que llegaron décadas después de Lichtveld. El propio Lichtveld tenía orígenes nativos americanos, de uno de los pueblos indígenas de Surinam, posiblemente los arowak,—que no deben confundirse con los arhuacos colombianos. A pesar de su importancia en el desarrollo de la causa nacional de la independencia de Surinam, especialmente tras la muerte del líder Anton DeKom (algunos de cuyos descendientes y familiares viven hoy en La Guajira), Helman se identificaba como cosmopolita y vivía de acuerdo con esos valores—cosmopolitas, pero nunca metropolitanos. Esto se reflejó en el título de su colección de relatos cortos «Hart Zonder Land» («Corazón sin tierra» o “Corazón Apátrida” ). A pesar de sus largas incursiones en España y de su lucha por la causa de la República española, y a pesar de ser un escritor sudamericano que también pasó un período considerable de exilio en México, no tenemos traducciones al español de su mejor novela. El académico holandés y especialista en Surinam Michiel van Kempen ya ha escrito dos extensas biografías sobre Lichtveld[2] superando más de mil[7]  hojas en total. El alcance de este artículo no permite resumir una vida tan aventurera de un casi-siglo. Por lo tanto, en su lugar, su servidor ofrece una reflexión sobre su novela más famosa, La plantación silenciosa (primera edición 1931).


Esta novela que estableció a Helman en su pleno virtuosismo como prosista, y ofrece un retrato compasivo del período más siniestro en la historia del Caribe, en pleno apogeo de la floreciente industria de los latifundios esclavistas, alimentada por el comercio negrero, en el que el Estado holandés y su burguesía naviera y corsaria se destacan [8] como pioneros tras el declive del poder marítimo portugués. Los personajes principales, a diferencia del propio Helman, son europeos blancos, disidentes religiosos y políticos de su época. 


Helman sigue a un grupo de jóvenes idealistas que creen en los valores de la Reformación protestante. Este grupito de amigos íntimos desea algo más que la libertad de practicar su fe en paz y refugiarse de la virulenta persecución religiosa que aflige el continente europeo: estos jóvenes, algunos de los cuales han optado por renunciar a los lujos de su herencia aristocrática y a la sencillez de la recóndita aldea de Morhang, en el centro-sur de Europa (no se nombra el país en el que se encuentra el ficticio Morhang pero uno imagina la región occitana de Francia, donde invadieron las primeras cruzadas buscando herejes para matar). Ellos tienen un firme compromiso con una visión utópica e igualitaria para la humanidad, y un impulso aparentemente incorruptible de vivir y luchar en consecuencia por sus ideas religiosas de justicia social. Encarnan una tendencia que existía entre los primeros herejes protestantes de Europa, que acabaron siendo perseguidos no solo por las autoridades de la Inquisición y sus verdugos, sino también por el propio Lutero, que terminó traicionando a los movimientos protestantes más utópicos y pre-socialistas al alinearse con los feudos. Los jóvenes de Morhang recuerdan el ejemplo histórico de la secta de los anabaptistas de la ciudad alemana de Münster, que fueron convertidos en un terrible ejemplo cautelar, suspendidos desnudos en jaulas colgantes sobre la plazoleta, donde los ciudadanos podían verlos morir de hambre.

 

 Si viviera hoy, Helman habría entrado en conflicto con muchas sectas literarias contemporáneas, por su rechazo a participar en maniqueísmos moralistas como narrador: las decisiones de los exiliados de Morhang no son fáciles. Contemplan la posibilidad de huir a Ginebra, el semillero de la Reforma, pero desconfían de la reputación de dicha ciudad ya notoria por la pedantería querellante y las disputas entre predicadores sobre cada letra de la Biblia. Eligen tomar otro[9]  rumbo: los Países Bajos, donde las élites mercantiles de Ámsterdam han decidido que la persecución religiosa es simplemente mala para los negocios. Pero una vez allí, se dan cuenta que la metrópolis es demasiado pequeña y rica, [10] y que ellos son demasiado pobres para habitarla[11] . Las Américas, entonces todavía el “Nuevo Mundo” se convierten en la salida más esperanzadora. En aquel momento, el Reino de los Países Bajos ya había tomado la decisión cómicamente fatal de intercambiar Nueva Ámsterdam con los británicos para una porción de las Guayanas denominada Surinam,—que hasta hoy sigue siendo una tierra oscura, un terreno hostil que limita con las Guayanas y Brasil, un enigma del tercer mundo histórico aislado del resto de nuestro continente por barreras lingüísticas (los idiomas de Surinam son el neerlandés, el sra nan tongo, el hindi y una plétora de lenguas indígenas y criollas) por la dictadura; por las guerras y disputas territoriales entre guerrilleros y bandidos del oro que aún buscan El Dorado; por los ríos invadidos de pirañas y boas. A largo plazo, los británicos estarían más contentos con su adquisición de Nueva Ámsterdam, a la que felizmente rebautizaron como Nueva York. Para los holandeses, que ya disfrutaban de su fama como país de empresarios talentosos y astutos, el trueque parecía ventajoso en aquel instante. 

 

Helman expone cómo incluso los jóvenes más idealistas, con sus ideas utópicas sobre una justa Ciudad de Dios en la tierra, no pueden evitar verse impregnados y engañados por el espíritu perverso de una época. Vanamente resisten la tentación de convertirse en propietarios de esclavos convencionales. La esclavitud entonces forma parte de la economía legal de la mayoría de los Estados occidentales. Mientras que el grupo de amigos viaja junto por Surinam, su sensibilidad puritana se ve conmocionada por el estilo de vida decadente y lujoso de los colonos holandeses establecidos, que miran con recelo a los recién llegados. Los opulentos colonos tienen todas sus necesidades puntillosamente atendidas: en Europa eran de la emergente clase media baja, que antes antojaban y envidiaban el estilo de vida de la nobleza y los aristócratas, ahora han encontrado como emular el lifestyle aristocrático, a costa de la libertad y la indignidad de los africanos secuestrados. Estos colonos se convierten en caricaturas casi cómicas, miniaturas Goyescas de la codicia y la opulencia. Los amigos de Morhang están decididos a no convertirse en semejantes personajes. Buscan establecer su asentamiento, llamado Nuevo Morhang, en el pedazo de tierra más recóndito, lo más alejado posible de las otras plantaciones —tener vecinos es una maldición en el Caribe—, lo más profundo posible en el oscuro bosque y, literalmente, contra la corriente del enorme río. Aquí levantarán los pilares de su utopía para desaparecerse adentro. 


El problema, o el defecto epistémico fatal en la médula[12]  de sus planes, es el hecho de que cualquier visión cristiana utópica del mundo debería rechazar la subyugación de los demás: sin embargo, estos intelectuales que huyeron de Europa utilizarán mano de obra esclava. Conscientes de la contradicción, intentan disipar estas tensiones en vano: otros plantadores se burlan de Nueva Morhang como un lugar donde las mujeres trabajan «como hombres» junto a los sirvientes negros, como si fueran ingenuos o descuidados ante los posibles atentados a su supuesta pureza femenina por el hombre negro; y donde los esclavos reciben una educación, y son supuestamente «mimados» porque casi nunca son golpeados, excepto en raras ocasiones por un colono holandés que sirve de guía local a los puritanos expatriados, y que finalmente intenta violar a una de las mujeres blancas, pero es retenido y asesinado heroicamente por un esclavo negro al que la joven estaba dando clases de Biblia. Inevitablemente, incluso antes de ser rescatada por él, la vana, por no decir idiota, búsqueda diurna de convertir a un creyente negro en las tradiciones africanas al calvinismo da paso a fantasías y deseos nocturnos, las que atormentan a la reprimida señorita blanca: Aquí Helman explora lo que será una fantasmagoría perdurable en la psicología de las sociedades occidentales que alcanzaron la riqueza a través del comercio con esclavos: un erotismo completamente teñido de culpa, no la antigua culpa bíblica por la lujuria o el pecado de Eva, sino la culpa por lo que los teólogos de la liberación llamaban «el pecado estructural», las crueles desigualdades de haber esclavizado a los deseados y sensuales cuerpos de ébano, su mano de obra. Durante décadas, si no durante un siglo, todos los intentos de la industria cultural-académica en los Países Bajos por reabrir la caja de Pandora de las fechorías holandesas contra los africanos en el pasado vuelven a retumbar bajo el hechizo de esta fascinación erótica atravesada por la culpa blanca, lo que da lugar a un arte poco impresionante. Pero La plantación silenciosa, de Helman, es una joya artística. 




Explora la psique de los puritanos —el equivalente a los izquierdistas blancos occidentales del siglo XX con todas sus contradicciones— con compasión, mostrando que su desafortunado experimento social se debe a sus propias limitaciones y a su incapacidad para comprender que no se puede simplemente crear un enclave en el que no penetre un orden mundial corrupto basado en la explotación. Los frustrados esfuerzos de los misioneros por convertir a los negros al puritanismo muestran su incapacidad para lidiar con los sistemas de culto africanos: creen que los africanos colocan ofrendas junto a los árboles o los nidos de serpientes porque adoran literalmente a los árboles y las serpientes: son incapaces de comprender que se trata de santuarios, al igual que los sagrarios cristianos, y que la serpiente o un árbol encantado específico pueden ser simplemente un símbolo que corresponde a una deidad que existe más allá del alcance de las cosas pequeñas y mortales. El gentil patriarca y arquitecto fundador de Morhang intenta comprender las preocupaciones de su mano de obra; pero no les paga dinero, que es lo que distingue a los esclavos de los trabajadores. El grupo Morhang también es convocado repetidamente a la capital colonial, la ciudad de Paramaribo, donde los terratenientes les dicen en términos amenazantes que deben unirse al cártel y aumentar el precio de sus productos agrícolas destruyendo la mitad de ellos. Tirar comida en un mundo azotado por la hambruna es inaceptable para estos idealistas, que se oponen al cártel y, a su vez, son embargados. Creen que pueden escapar de la ira del sistema rebelándose y cambiándolo desde dentro, ingeniándoselo, pero a su vez se ven sometidos a presiones insoportables, lo que conduce a la destrucción de su experimento. 


Al final, regresan a Europa con un bebé y viven sus últimos años con una feliz nostalgia por el legado que sus luchas dejaron en la tierra de Surinam. Su hijo, ya adulto, regresa para encontrar las ruinas de Morhang y descubre que la selva erade fuerza superior, y que venció sus esfuerzos de reconstrucción, una revelación que recuerda al compañero novelista caribeño de Helman, el realista reaccionario VS Naipaul, de Trinidad.


Sudamérica ha sido durante mucho tiempo un campo de pruebas para experimentos utópicos reales. Basta recordar las comunas jesuitas de las «reducciones», que se extendían por la triple frontera entre Paraguay, Misiones (Argentina) y Iguazú (Brasil), en las que los jesuitas trataban de educar a los indígenas guaraníes, permitiéndoles en ocasiones conservar elementos importantes de su cultura y protegiéndolos de las fuerzas que trataban de esclavizarlos o masacrarlos. Sin embargo, las «reducciones» jesuitas alteraron las tradiciones guaraníes, imponiendo un modo de vida más europeo, y en ocasiones explotaron a los guaraníes nativos, pero estas sociedades fueron muy idealizadas en la imaginación europea, sobre todo por Voltaire y Diderot, insurrectos de la Ilustración que veían a los nativos americanos como prueba de que, como afirmaba Rousseau, «el hombre nace libre y en todas partes está encadenado». 

Incluso hoy en día, una pensadora italiana contemporánea y de moda como Silvia Federici insiste en que los rumores sobre formas de vida más libres entre los nativos del Nuevo Mundo son los que abrieron la mente europea ante la posibilidad misma de una revolución republicana francesa. 


Es dudoso que todos los descendientes de víctimas de la esclavitud, por no hablar de revolucionarios surinameses como Anton de Kom, hubieran considerado que la obra de Helman hacía justicia a las terribles crueldades de la explotación esclavista en el Caribe. Al fin y al cabo, Helman escribía para lectores europeos en una época de analfabetismo masivo en Surinam (una época en la que la forma predominante de literatura fuera de la capital, Paramaribo, seguía siendo la tradición oral, ya fuera africana, nativa americana o traída por los sirvientes asiáticos contratados). Helman también creó una historia apócrifa, posiblemente basada en personas o acontecimientos reales: una narración centrada en aquellos que eran las nobles excepciones a la regla de cómo era realmente el plantador-empresario medio. Sin embargo, el novelista también deja muy claro que [13] sus protagonistas constituyen una excepción radical en la historia, tan marginal que acaba siendo devorada por el sistema.


En los últimos años, desde que el entonces primer ministro holandés Mark Rutte declaró que el Estado holandés se disculpaba por la esclavitud, se ha producido un auge en la promoción del arte y la historia negros en los Países Bajos, desatando fondos y lanzando convocatorias como los del Banco Neerlandés (antiguo ahorrador de dineros coloniales) para la exploración artística del impacto de la esclavitud. Se podría argumentar que estos esfuerzos llegan tarde, pero la crítica más importante es que tienden a pasar por alto la complejidad prismática de sociedades multiétnicas como Surinam y Aruba. El arte debe ser espejo que intensifique estas complejidades, en lugar de borrarlas. Solo por esa razón, aunque la obra y el tono de Helman puedan parecer estilísticamente antiguos o arcaicos, sigue siendo un modelo necesario que explorar para quienes deseen volver a abordar este tema, sobre todo por la sinceridad del artista, que se manifiesta en una prosa poética que rompe radicalmente con el minimalismo de otros escritores en lengua neerlandesa. Helman se opuso al dogmatismo literario holandés que siguió imperando hasta el presente en las letras holandesas. Eso se debe a que es un escritor sudamericano y caribeño en esencia, digno de ser dado a conocer de nuevo en español.

 


 

Arturo Desimone, Colombia 2025 



[1] Sobre la relación entre Henny Eman y Lichtveld, véase los trabajos de Wim Rutgers.

   Weblink Biblioteca Neerlandesa https://www.dbnl.org/tekst/helm003amor01_01/helm003amor01_01_0007.php

[2] “Pionier en Rebel: Het Leven van Albert Helman” Editorial “In De Knipscheer” Holanda 2021



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