Morhang vs Macondo: El Mundo de Albert Helman, el más desconocido de los autores sudamericanos célebres[1] , del país sudamericano más desconocido, un soñador que superó al realismo. Por: Arturo Desimone (Aruba)
Morhang vs Macondo: El Mundo de Albert Helman, el más desconocido de los autores sudamericanos
Por:Arturo Desimone
Albert Helman, (nacido Lou Lichtveld, Paramaribo 1903-Ámsterdam 1996) fue un poeta, novelista y político de Surinam que luchó en los movimientos anticolonialistas, antes de que—al igual que otros nacidos en el Caribe neerlandés— defendiera a Holanda durante la Segunda Guerra Mundial contra la ocupación nazi, lo que le situ
En los Países Bajos, había vivido en la ciudad católica holandesa de Utrecht, que, como la mayoría de las provincias católicas neerlandesas, contaba con una firme presencia del partido comunista, con el que Helman se alió por su postura anticolonial, a pesar de que la progresía neerlandesa nunca se despojaría de ciertas proclividades hacia lo colonial. Lichtveld (el apellido significa literalmente “campo de luz) también fue miembro cofundador crucial del movimiento vanguardista holandés y de la revista «De Gemeenschap» (“La Comunidad”) que más tarde conoció la ruptura interna, cuando algunos de sus miembros se unieron a extremos ideológicos opuestos durante la ocupación alemana. Era un escritor prolífico: reconocí la Aruba que describe en una de sus novelas menores, “
Los poemas de Helman eran de tipo tradicional, caballerosos y nada que ver con la experimentación vanguardista radical en la poesía de las generaciones posteriores de poetas surinameses, en su mayoría negros, que llegaron décadas después de Lichtveld. El propio Lichtveld tenía orígenes nativos americanos, de uno de los pueblos indígenas de Surinam, posiblemente los arowak,—que no deben confundirse con los arhuacos colombianos. A pesar de su importancia en el desarrollo de la causa nacional de la independencia de Surinam, especialmente tras la muerte del líder Anton DeKom (algunos de cuyos descendientes y familiares viven hoy en La Guajira), Helman se identificaba como cosmopolita y vivía de acuerdo con esos valores—cosmopolitas, pero nunca metropolitanos. Esto se reflejó en el título de su colección de relatos cortos «Hart Zonder Land» («Corazón sin tierra» o “Corazón Apátrida” ). A pesar de sus largas incursiones en España y de su lucha por la causa de la República española, y a pesar de ser un escritor sudamericano que también pasó un período considerable de exilio en México, no tenemos traducciones al español de su mejor novela. El académico holandés y especialista en Surinam Michiel van Kempen ya ha escrito dos extensas biografías sobre Lichtveld[2] superando
Esta novela que estableció a Helman en su pleno virtuosismo como prosista, y ofrece un retrato compasivo del período más siniestro en la historia del Caribe, en pleno apogeo de la floreciente industria de los latifundios esclavistas, alimentada por el comercio negrero, en el que el Estado holandés y su burguesía naviera y corsaria se
Helman sigue a un grupo de jóvenes idealistas que creen en los valores de la Reformación protestante. Este grupito de amigos íntimos desea algo más que la libertad de practicar su fe en paz y refugiarse de la virulenta persecución religiosa que aflige el continente europeo: estos jóvenes, algunos de los cuales han optado por renunciar a los lujos de su herencia aristocrática y a la sencillez de la recóndita aldea de Morhang, en el centro-sur de Europa (no se nombra el país en el que se encuentra el ficticio Morhang pero uno imagina la región occitana de Francia, donde invadieron las primeras cruzadas buscando herejes para matar). Ellos tienen un firme compromiso con una visión utópica e igualitaria para la humanidad, y un impulso aparentemente incorruptible de vivir y luchar en consecuencia por sus ideas religiosas de justicia social. Encarnan una tendencia que existía entre los primeros herejes protestantes de Europa, que acabaron siendo perseguidos no solo por las autoridades de la Inquisición y sus verdugos, sino también por el propio Lutero, que terminó traicionando a los movimientos protestantes más utópicos y pre-socialistas al alinearse con los feudos. Los jóvenes de Morhang recuerdan el ejemplo histórico de la secta de los anabaptistas de la ciudad alemana de Münster, que fueron convertidos en un terrible ejemplo cautelar, suspendidos desnudos en jaulas colgantes sobre la plazoleta, donde los ciudadanos podían verlos morir de hambre.
Si viviera hoy, Helman habría entrado en conflicto con muchas sectas literarias contemporáneas, por su rechazo a participar en maniqueísmos moralistas como narrador: las decisiones de los exiliados de Morhang no son fáciles. Contemplan la posibilidad de huir a Ginebra, el semillero de la Reforma, pero desconfían de la reputación de dicha ciudad ya notoria por la pedantería querellante y las disputas entre predicadores sobre cada letra de la Biblia. Eligen
Helman expone cómo incluso los jóvenes más idealistas, con sus ideas utópicas sobre una justa Ciudad de Dios en la tierra, no pueden evitar verse impregnados y engañados por el espíritu perverso de una época. Vanamente resisten la tentación de convertirse en propietarios de esclavos convencionales. La esclavitud entonces forma parte de la economía legal de la mayoría de los Estados occidentales. Mientras que el grupo de amigos viaja junto por Surinam, su sensibilidad puritana se ve conmocionada por el estilo de vida decadente y lujoso de los colonos holandeses establecidos, que miran con recelo a los recién llegados. Los opulentos colonos tienen todas sus necesidades puntillosamente atendidas: en Europa eran de la emergente clase media baja, que antes antojaban y envidiaban el estilo de vida de la nobleza y los aristócratas, ahora han encontrado como emular el lifestyle aristocrático, a costa de la libertad y la indignidad de los africanos secuestrados. Estos colonos se convierten en caricaturas casi cómicas, miniaturas Goyescas de la codicia y la opulencia. Los amigos de Morhang están decididos a no convertirse en semejantes personajes. Buscan establecer su asentamiento, llamado Nuevo Morhang, en el pedazo de tierra más recóndito, lo más alejado posible de las otras plantaciones —tener vecinos es una maldición en el Caribe—, lo más profundo posible en el oscuro bosque y, literalmente, contra la corriente del enorme río. Aquí levantarán los pilares de su utopía para desaparecerse adentro.
El problema, o el defecto epistémico fatal en la
Explora la psique de los puritanos —el equivalente a los izquierdistas blancos occidentales del siglo XX con todas sus contradicciones— con compasión, mostrando que su desafortunado experimento social se debe a sus propias limitaciones y a su incapacidad para comprender que no se puede simplemente crear un enclave en el que no penetre un orden mundial corrupto basado en la explotación. Los frustrados esfuerzos de los misioneros por convertir a los negros al puritanismo muestran su incapacidad para lidiar con los sistemas de culto africanos: creen que los africanos colocan ofrendas junto a los árboles o los nidos de serpientes porque adoran literalmente a los árboles y las serpientes: son incapaces de comprender que se trata de santuarios, al igual que los sagrarios cristianos, y que la serpiente o un árbol encantado específico pueden ser simplemente un símbolo que corresponde a una deidad que existe más allá del alcance de las cosas pequeñas y mortales. El gentil patriarca y arquitecto fundador de Morhang intenta comprender las preocupaciones de su mano de obra; pero no les paga dinero, que es lo que distingue a los esclavos de los trabajadores. El grupo Morhang también es convocado repetidamente a la capital colonial, la ciudad de Paramaribo, donde los terratenientes les dicen en términos amenazantes que deben unirse al cártel y aumentar el precio de sus productos agrícolas destruyendo la mitad de ellos. Tirar comida en un mundo azotado por la hambruna es inaceptable para estos idealistas, que se oponen al cártel y, a su vez, son embargados. Creen que pueden escapar de la ira del sistema rebelándose y cambiándolo desde dentro, ingeniándoselo, pero a su vez se ven sometidos a presiones insoportables, lo que conduce a la destrucción de su experimento.
Al final, regresan a Europa con un bebé y viven sus últimos años con una feliz nostalgia por el legado que sus luchas dejaron en la tierra de Surinam. Su hijo, ya adulto, regresa para encontrar las ruinas de Morhang y descubre que la selva erade fuerza superior, y que venció sus esfuerzos de reconstrucción, una revelación que recuerda al compañero novelista caribeño de Helman, el realista reaccionario VS Naipaul, de Trinidad.
Sudamérica ha sido durante mucho tiempo un campo de pruebas para experimentos utópicos reales. Basta recordar las comunas jesuitas de las «reducciones», que se extendían por la triple frontera entre Paraguay, Misiones (Argentina) y Iguazú (Brasil), en las que los jesuitas trataban de educar a los indígenas guaraníes, permitiéndoles en ocasiones conservar elementos importantes de su cultura y protegiéndolos de las fuerzas que trataban de esclavizarlos o masacrarlos. Sin embargo, las «reducciones» jesuitas alteraron las tradiciones guaraníes, imponiendo un modo de vida más europeo, y en ocasiones explotaron a los guaraníes nativos, pero estas sociedades fueron muy idealizadas en la imaginación europea, sobre todo por Voltaire y Diderot, insurrectos de la Ilustración que veían a los nativos americanos como prueba de que, como afirmaba Rousseau, «el hombre nace libre y en todas partes está encadenado».
Incluso hoy en día, una pensadora italiana contemporánea y de moda como Silvia Federici insiste en que los rumores sobre formas de vida más libres entre los nativos del Nuevo Mundo son los que abrieron la mente europea ante la posibilidad misma de una revolución republicana francesa.
Es dudoso que todos los descendientes de víctimas de la esclavitud, por no hablar de revolucionarios surinameses como Anton de Kom, hubieran considerado que la obra de Helman hacía justicia a las terribles crueldades de la explotación esclavista en el Caribe. Al fin y al cabo, Helman escribía para lectores europeos en una época de analfabetismo masivo en Surinam (una época en la que la forma predominante de literatura fuera de la capital, Paramaribo, seguía siendo la tradición oral, ya fuera africana, nativa americana o traída por los sirvientes asiáticos contratados). Helman también creó una historia apócrifa, posiblemente basada en personas o acontecimientos reales: una narración centrada en aquellos que eran las nobles excepciones a la regla de cómo era realmente el plantador-empresario medio. Sin embargo, el novelista también deja muy claro
En los últimos años, desde que el entonces primer ministro holandés Mark Rutte declaró que el Estado holandés se disculpaba por la esclavitud, se ha producido un auge en la promoción del arte y la historia negros en los Países Bajos, desatando fondos y lanzando convocatorias como los del Banco Neerlandés (antiguo ahorrador de dineros coloniales) para la exploración artística del impacto de la esclavitud. Se podría argumentar que estos esfuerzos llegan tarde, pero la crítica más importante es que tienden a pasar por alto la complejidad prismática de sociedades multiétnicas como Surinam y Aruba. El arte debe ser espejo que intensifique estas complejidades, en lugar de borrarlas. Solo por esa razón, aunque la obra y el tono de Helman puedan parecer estilísticamente antiguos o arcaicos, sigue siendo un modelo necesario que explorar para quienes deseen volver a abordar este tema, sobre todo por la sinceridad del artista, que se manifiesta en una prosa poética que rompe radicalmente con el minimalismo de otros escritores en lengua neerlandesa. Helman se opuso al dogmatismo literario holandés que siguió imperando hasta el presente en las letras holandesas. Eso se debe a que es un escritor sudamericano y caribeño en esencia, digno de ser dado a conocer de nuevo en español.
Arturo Desimone, Colombia 2025
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